Fugaces.

~Algo más que un juego~

Capítulo I. La Partida.


-Shhh. Pueden descubrirnos.
El murmullo se extinguió de inmediato. Haces de luz enfocaban los rincones del viejo desván polvoriento, deslumbrando asustadas miradas, iluminando rostros familiares, entrevistos en la multitud de aquellos días.
-Sentaos, sentaos. Más cerca.
El muchacho esperó hasta que el roce de ropas y el arrastrar de pies hubiera cesado. Tres, había esperado alguno más, pero mejor así, ejercer de Guía resultaría más fácil de aquella manera.
-Bienvenidos -continuó-, bienvenidos a la Hermandad de los Dragones. No hacen falta presentaciones, nos iremos conociendo. De todos modos, yo soy Quico, o Paquito, lo que prefiráis, Dragón Rojo de la Hermandad -diciendo esto hizo brillar con la linterna una cabeza de dragón prendida en su camiseta. Todos miraron boquiabiertos la insignia-. Desde este mismo momento, y hasta que acabe vuestra iniciación seréis Dragones Blancos. Estáis a prueba, y deberéis someteros a las decisiones que el Guía dicte, o sea, yo. Y puede que algún día ascendáis y paséis del Blanco al Verde. Y hasta puede que un día lleguéis al grado Rojo, o incluso al insuperable Negro.
Las tablas del suelo chascaron, enmudeciendo al chico. Sobresaltados haces de linternas recorrieron rápidamente la vacía estancia. Allí no había nadie más que ellos, tres Dragones Blancos y el Guía, Dragón Rojo de la Hermandad.
- Mirad, hay ciertas reglas -continuó en un susurro-. Sólo unas pocas, pero son muy importantes.
Todos respiraron más despacio. Aguantando la emoción prestaron la máxima atención a las palabras de Paquito.
-Las posibilidades son inmensas, aunque con unos pocos límites. Cada uno debe elegir un personaje, un personaje desconocido. No se puede escoger a alguien ya creado. No valen ni Conan ni Sandokán ni el Capitán Trueno ni el Jabato…
-¿El Capitán Trueno? ¿Quién es ese?
-...ni el mago Gandalf, ni el Príncipe Valiente. ¿Entendéis?
Todos asintieron, con los ojos llenos de imaginación contenida.
-Se trata de que nada pueda influenciar nuestro personaje, de que nosotros seamos dueños de él, de que nosotros seamos él. Aunque claro, todos hemos leído libros sobre elfos, enanos, caballeros de Camelot y cientos de cosas del estilo, ¿no?
De nuevo asintieron. ¿Qué otra cosa se podía leer si no era eso? ¿Las páginas económicas del periódico? No, desde luego que no.
-Allá donde vamos no existen ni coches ni bombillas ni pistolas ni rayos ni naves. Estamos en plena Edad Media. ¿Alguno ha leído “Un yankee en la corte del Rey Arturo[1]”? Pues olvidaos. Nada de inventitos. ¿Entendido?
Comprendían.
-Lo que sí existe es la magia, los monstruos, los tesoros, los enemigos. Es un mundo de ”Espada y Brujería”. Espero que comprendáis. No existen las balas, que derrotan a un guerrero poderoso sin esfuerzo. La lucha es más justa y más difícil, aunque no todo es luchar. Hay que buscarse la comida, sobrevivir a intentos de envenenamiento, buscar alianzas y hacer todo lo que podamos necesitar.
La excitación alegre fue dando paso a emoción en serio. Era algo más que un juego, era una aventura.
-En solitario no lograremos nada, sin embargo, juntando nuestras fuerzas seremos mucho más que héroes, seremos dragones: poderosos, invencibles y despiadados con nuestro enemigo.
No se oía ni un murmullo, los tres chicuelos vivían pendientes de las palabras del Guía, de sus labios capaces de llevarles a un mundo remoto y desconocido, perdido en la historia, inexplorado y salvaje.
-Comenzaré yo, para que vayáis entendiendo, dejad que el Guía os muestre el camino.
Silencio de cementerio rodeándoles. Sólo los huesos de los viejos muebles al crujir perturbaban la inmensa quietud. Fuera, la tormenta relumbró repentinamente a través de las ventanas destartaladas.
-Jo, podías haber elegido otro lugar que no fuera el desván.
-¿Tienes miedo? Qué miedica.
-¿Quico, por qué has tenido que traer a una chica? Está cagada.
-No es verdad.
-Sí, sí lo es.
-Tiene miedo, tiene miedo.
-No, no lo tengo.
-Miedica.
-Y tú.
Un trueno hizo callar a todos, de sopetón, estremecidos. Ella ahogó un grito y los otros tres chicos se agacharon instintivamente. Durante unos segundos ninguno dijo nada y finalmente la chica del grupo declaró triunfante:
-Todos tenemos miedo.
-Sí, y es bueno. Allá donde os encamino el miedo puede que nos salve de una muerte segura. El miedo es bueno, lo que no lo es tanto es no saber dominarlo. Es un mundo tenebroso en algunas regiones, en cualquier lugar puede emboscarse un enemigo o cualquier criatura maligna; aunque también podremos encontrar amigos, pero no hay que fiarse.
Volvían a estar pendientes de su voz. Quico estaba halagado, estaba resultando un buen Guía.
-Comenzaré por lo primero. Es el momento de decidir quién es quién.
El silencio se hizo tenso. La voz cantante la llevaba el Guía, los demás no tenían demasiada idea de lo que debían hacer. De todos modos estaban entusiasmados, atrapados, gozando de antemano el sabor del miedo a lo desconocido, el gusto por la aventura que había empujado a todos ellos hasta el desván. Demasiado tarde para retirarse, ni aun por la formidable tormenta.
Ahuecando la voz, y adoptando pose grave, el Guía inició la presentación.
-Mi nombre es Kikro Cabeza de Torre, Rey de Reyes de la perdida Nación Enana, y actual jefe de mi clan. Aproximadamente tengo doscientos cincuenta años, una edad mediana para mi longeva raza. Soy un buen guerrero, como corresponde a mi condición de Rey. En la actualidad sobrevivo como caza recompensas; mi clan está desperdigado a los cuatro vientos y la Nación Enana es sólo un recuerdo lejano. Sin embargo, mi deseo más íntimo es volver a unir los clanes enanos y levantar otra vez la Nación, con su antiguo esplendor y su legendario poder, para poder vengar así la afrenta de aquel cruel invierno en que los lobos descendieron de las montañas, acompañados de orcos y trasgos malignos -agitó el puño al aire-. Yo era muy niño todavía, pero recuerdo todo con la misma claridad que si hubiera sido ayer.
La mirada boquiabierta de los Dragones Blancos satisfizo la vanidad del Guía.
-Ya usé este personaje antes. No creáis que todo esto se inventa de una tirada. Todavía podría contaros más detalles, pero lo mejor es que lo vayáis descubriendo vosotros mismos; y cuidado con mi enorme hacha, afilada como una cuchilla y dura como la roca, es de cólera fácil y mi incansable brazo de herrero la maneja como si hubiera nacido ya empuñándola.
El grupo sonrió. Era realmente fantástico. Un verdadero Rey enano, un descendiente de los antiguos Reyes. Un autentico líder.
-Ahora tú, Leo. Imagina que eres...
Tres pares de ojos se clavaron en el enrojecido rostro de Leopoldo, el primero a la derecha de Paquito.
-Pues, bueno, yo… me gustaría ser un caballero -dijo tras pensar durante menos de un minuto silencioso-, de brillante armadura; con un caballo negro, poderoso y fuerte para la batalla, y además veloz. Seré León, Caballero de la lejana Britunia, defensor del débil y de las damas. Sí, y nada se podrá resistir a mi puño armado con una brillante hoja de acero.
-Shhh -interrumpió Paquito-, más bajo. Otra cosa que olvidé deciros es que podéis desear ser un buen guerrero, pero no el mejor de todos. Eso sólo lo decidirá vuestra pericia y vuestra suerte.
Leo asintió conforme.
-Bien, Caballero León de la lejana Britunia. Para empezar está bastante bien. León, el joven caballero de Britunia recorriendo las naciones en busca de aventuras, pero de corazón tan duro que aún no ha conocido el amor de ninguna doncella -Leo torció la boca, disgustado-. Por ello busca de uno a otro confín la dama capaz de arrebatarle el corazón. Su escudo porta orgulloso el blasón del Rey de Britunia, que le dispensó de sus deberes hasta que encontrase amor, y al que hizo la promesa de volver sano y salvo, para defender el honor de Britunia con su lanza siempre que hiciera falta.
Leo asintió despacio. León, el triste caballero, fiel a su señor, en busca de la Dama de su Sueño. ¡Estupendo!
-Lo que vosotros no definís lo decido yo. Es peligroso adentrarse sin un pasado. Ahora vos, princesa.
Miraron a Alicia, la siguiente. Estaba ruborizada hasta las cejas, pero no se arredró, había venido allí para dar rienda suelta a su instinto de mujer guerrera. Y ni los truenos ni las socarronas bromas de sus compañeros iban a retraerla de su propósito.
-Seré Alis, Princesa de las Amazonas -miró a Quico, asintiendo-. Mi arma será un arco de madera de tejo, especial para disparos certeros a larga distancia, potente y fuerte como la tormenta de mi ira. Seré una experta jinete, y en mi aljaba no faltará nunca una flecha para el que abuse de una mujer, o de un niño. No retrocederé nunca ante el peligro, y sólo volveré a mi selva natal cuando consiga el reconocimiento de un príncipe guerrero, por mis méritos en combate. Mientras tanto recorreré el mundo haciendo que muerdan el polvo de mis botas todos aquellos que me desprecien por mi condición de mujer. ¡Y juro -Alicia se interrumpió bruscamente, todos la miraban boquiabiertos; continuó bajando un poco la voz, por vergüenza- juro que me casaré con el primer hombre que me venza en justa lid! Desde ese día no volveré a empuñar mi arco. Lo tenía pensado. Desde ayer. Yo...
-Oh.
-Bien, Alis. La orgullosa Princesa Amazona, Alisia Zedaira, la heredera del vasto imperio de la selva. Tu cabello rubio indica sangre norteña, lo que explica tu impresionante planta e incomparable fuerza. Tu padre, el Rey Aastagar, Rey de los vikingos del helado norte, fue hecho prisionero por las despiadadas Amazonas. Este hecho no ha sido aún olvidado por los vikingos, y para tu medio hermano Durgarg representas el más vivo recuerdo de la ofensa. Vigila tu relación con los norteños, son pocos, pero poderosos guerreros, capaces de vencer a las ballenas en medio de un océano de hielo.
Alicia sonrió complacida, era una buena historia.
-Ahora tú Rober.
-Lo mío es fácil -comenzó con una sonrisa-. Yo seré Robín, arquero elfo. Mi nación serán los bosques, mi hogar las ramas de los árboles. Mi belleza será excepcional, aun para mi bella raza, y mi vista será excepcional también. Mi estatura será de casi dos metros, como corresponde a mi familia, y mi corcel será blanco puro, como la nieve, rápido como la brisa y fiel como un amigo. Sólo usaré mis flechas contra los enemigos del Pueblo Elfo. Por eso llevaré una espada azulada, hecha de metal de estrella, extraído en las remotas minas del país de los Elfos Montañeses, con poderosos dones mágicos, propios de mi raza.
-Presumido -susurró Ali.
-No, no, es correcto -terció Paquito-. Cada uno puede crearse como desee, eso es lo bueno.
-Creo que yo me he quedado un poco corto -sugirió Leo.
Paquito pensó durante unos segundos. Concentrado en su papel de director, en su puesto de Guía.
-Bien, creo que no, es lo básico de un caballero, de un buen caballero. Y el personaje es ahora tuyo, y sólo tú lo podrás modificar en un futuro, si así lo deseas.
Leo asintió convencido.
-Bien. Robín de Gruesolmo, arquero elfo, bello entre el pueblo de los bellos, expulsado de tus bosques natales y condenado a vagar por las arboledas deshabitadas, y todo por tu vanidad. En un no muy lejano pasado robaste la joya de Ardiel, soberana del pueblo del bosque: un enorme espejo de gotas de rocío y brillo lunar, y todo para poder satisfacer tu vanidad. Eres un elfo solitario, mas tienes un buen corazón, y eres diestro en el manejo de la espada y el arco, maestro en el arte del disfraz y el disimulo, artista en el juego de los poemas amorosos, y ávido de doncellas hermosas. Vigila a los amantes y maridos celosos; un puñal en la espalda puede curar tu vanidad definitivamente. Además ya no eres un jovenzuelo, estás entrando en la edad de la sabiduría y el reposo, y tal y como dicta la tradición de tu pueblo, deberías tomar a tu cargo un joven aprendiz. Pero, ¿quién querría como maestro a un elfo que vaga por los bosques, sin hogar fijo?
Roberto hubo de aceptar, era un justo precio a cambio de su belleza. Además, percibió de inmediato la conexión entre ellos: todos eran gente errante, alejados de su pueblo por un motivo u otro.
El Guía tomó la palabra de nuevo. Respiraban agitadamente, aguardando la siguiente fase de su juego. Fuera, la noche de tormenta continuaba desplegando todo su intenso fragor veraniego.
-Escuchad -dijo Paquito-. Apagad las linternas, ya no las necesitaremos más.
Sucesivos clics obedecieron su orden, dejando a oscuras al grupo, sentados en corro entorno a un cuaderno ajado por el uso, viejo como una montaña.
-Hace muchos siglos, varias de las criaturas más poderosas que existen en todos los mundos conocidos se reunieron en concilio. Entre ellos decidieron elegir como líder al más sabio y anciano, jurando respetar y acatar todas sus decisiones. Lo primero que se decidió de común acuerdo fue crear un nuevo mundo en el que hombres, elfos y enanos viviesen libres de la influencia de los de su especie.
Los muchachos sólo tenían ojos y oídos para él.
-Rodeado de inmensos mares, con cumbres que llegaban hasta el cielo y vastas llanuras, un primer continente tomó forma. En él aparecieron los primeros elfos, los primeros enanos y finalmente los primeros hombres. Este nuevo continente se llamó Draconia, pues sus creadores no eran otros que poderosos Dragones. Por eso vosotros ahora sois Dragones Blancos.
Nadie respiraba. Nadie parpadeaba siquiera.
-Usad las alas que vuestro poder de dragones os otorga. Volad hasta Cretia, adentraros bajo la forma de los guerreros que habéis elegido. Ahora, daos la mano -continuó-. Ese será nuestro nexo de unión. Y cerrad los ojos, ya no les necesitáis aquí. En adelante, si alguien se suelta, o abre los ojos, rompe el círculo. Y todo acabará entonces. ¿De acuerdo? Así que no os soltéis ni abráis los ojos, por nada de lo que suceda, por nada.
En un momento, sin dudas, sin reservas, ayudados por la oscuridad, se estrecharon las manos, procurando mantener los párpados bajados. El círculo se acabó de completar con las sudorosas manos del Guía. Y su voz ayudó a establecer el vínculo entre ellos, vínculo de confraternización, camaradería, ilusión y fantasía.
Quico, ahuecando la voz y concentrándose en sus recuerdos, dio comienzo a una nueva partida.

“Estamos unidos por este lazo que no debe romperse y así, unidos, volamos hacia el reino de Cretia.
Es un territorio agreste, inexplorado y lleno de riquezas por conquistar. Este joven reino ha nacido tras innumerables guerras con los reinos vecinos y su rey, Pablino de Aastrid, gobierna con mano férrea, manteniendo a duras penas la paz con los poderosos reinos colindantes.
Este país se mantiene gracias a los prósperos yacimientos de hierro y plata de las montañas, en las que clanes mineros de enanos han jurado lealtad al Rey Pablino. Hierro, plata y ganado abundante constituyen sus mayores riquezas, además del comercio como lugar de paso de caravanas.
Pablino debe hacer frente a las frecuentes guerras fronterizas, a las incursiones bárbaras por mar, a las hordas de orcos y además convertir el reino en un lugar próspero y civilizado. Su ingente ejército de mercenarios conlleva un inmenso gasto para las arcas reales, por lo que la paz es una necesidad imperiosa para este orgulloso reino.
Existen extensos bosques de robles y hayas, en los que te sentirás como en casa, Robín. Pero no busques gente del pueblo elfo, no han llegado tan al norte. Al menos para establecerse, porque antes de las guerras, el camino del sur era usado por los de tu raza para embarcarse rumbo a los reinos legendarios de más allá de los mares. Sin embargo, esa ruta ya no es segura y tu gente la ha abandonado de momento. Pablino desearía restablecer la antigua seguridad de sus caminos para recuperar el importante comercio con los elfos viajeros.
Cuentan los rumores que el Rey Pablino ha logrado la ayuda de alguna familia elfa y tiene un escuadrón de arqueros elfos a su servicio. Y se murmura también de la ayuda de un brujo del inhóspito norte.
A grandes rasgos ésta es la región a la que nos acercamos. Somos cuatro sin-hogar, en busca de diversas metas que nos devuelvan a nuestro país. Nos conocimos por casualidad en Óstima, cuando acudimos a la llamada de Pablino de Aastrid, primer Rey de Cretia. Juntos, decidimos aceptar el reto de rescatar a la princesa Vivian, secuestrada por los bárbaros del norte... o eso es lo que se cree. La importante suma en plata y oro hizo que decidiésemos unir nuestro empeño. Una pequeña parte del tesoro bastaría para enriquecer a cualquiera de nosotros, por lo que es seguro que no nos disputaremos la cuantía del botín.
Ahora en Cretia es invierno. Nos encontramos al este de la capital, Óstima, en medio de un bosquecillo de abetos, en lo alto de una colina, intentando encontrar un refugio que nos salve de morir congelados. Está nevando desde hace dos días y hemos perdido nuestras monturas...”

El aliento congelado formaba vaho al salir de su boca. Kikro comenzó a sentir en sus carnes duras de enano la mordedura del frío y del viento racheado que le cegaba con remolinos de nieve.


[1] “Un Yankee en la corte del rey Arturo” de Mark Twain.

Ir a Capítulo II.

Envíame tus comentarios

0 Comments:

Post a Comment

<< Home